jueves, 27 de diciembre de 2007

35 MUJERES

35 MUJERES


(CUENTELAS, 35 EN TOTAL ME CAE DE MADRE)




Hoy me levante con 29 años encima, hoy es mi cumpleaños, 27 de Diciembre del 2007, pero bueno, ese no es el tema de este post, simplemente queria plasmarlo aqui, el tema de este penultimo post son las 35 mujeres de Ricardo Garibay.



Y bueno, en un post anterior mencione un poco de lo riquisimo que resulta leer a Garibay, la grata y refrescante sorpresa que me lleve al hojear su libro, en fin... es por muchos conocido mi agrado por leer a Ibarguengoitia y en una temporada muerta subi completo uno de sus cuentos conocido como "La vela Perpetua" del libro "La Ley de Herodes", el cual causo revuelo y muchos gratificantes comentarios, hoy vine sencillamente a dejarles aqui una probadita de lo que encontraran en "35 Mujeres", un fragmento que a mi me gusto mucho y que plasma eficazmente el sentir de un tipo de mujer aterradora y que cualquier hombre a conocido alguna vez en su vida, sin mas por el momento los dejo con esto que lleva por titulo "LETICIA" y que es ampliamente recomendable:



LETICIA



Ríe y parece que su dentadura está hecha de caninos, cosa de una linda bestia voraz. Los ojos estrellados. La figura como un junco ondulante. La voz calmosa y ronca.

-¿Cómo me ves? -dice, recostándose en el asiento del coche, exhibiéndose.

-Muy bella, no te apures.

-Esta tarde como que me siento dichosa.

-Y qué pasó con la ¡tremenda! depresión que tenías.

-¿Depresión? No recuerdo.

-Hace una semana te rondaba el suicidio.

Me llamaste. Me tuviste una hora en el teléfono.

-No -dice, con un dejo de fastidio. Es lo que te digo, se me olvidan las cosas.

Busca en su bolsa. Saca un inhalador y as­pira violentamente con la nariz.

-Es bencedrine -dice-, me ayuda.

-Cuidado.

-Me ayuda, nada más…

Vuelve a aspirar, los ojos se le llenan de lágrimas.

-Cuidado -repito.

-No jodas. ¡Ah! ¿Y sabes qué quería de­cirte?

-No.

-Quería decirte, porque tú no lo crees, por­que no me vas a decir que sí lo crees. ¿Lo crees?

-No. ¿Qué cosa?

-Que yo soy en realidad muy inteligente, pero no sé usar mi inteligencia. Por eso parezco tonta. ¿No lo habías pensado?

-No.

-¿Ya ves? Te lo dije.

-Sí.

-Porque siempre estás con que ando de erótica, y que no me erotice y que no me erotice. ¡Y no me conoces!

-Ya veo por dónde vas.

-Por dónde, si no he dicho nada. ¿Y qué piensas de la inteligencia, que te digo?

-Que sí.

-Que sí qué.

-Que eres muy inteligente pero no sabes usar tu inteligencia. Por eso pareces tonta.

-¡Ah! ¿Verdad?

-Sí. Calma, ya vendrá el tiempo de poder usarla.

-¿Cuándo?

-Cuando tengas setenta años. Mientras tanto no te abandones, no te erotices.

-¡No te erotices! ¿Ya ves cómo eres estú­pido? ¡No te erotices! Como si no pudieras pen­sar en otra cosa.

-Dime qué has hecho. A eso viniste.

-Nada.

-Dime.

-Qué estúpido, de verdad.

Enciende un cigarro, se mira las uñas, ríe pensando en lo que va a decir en tono de fasti­dio, como si lamentara lo inexplicable, y dice:

-Todo es tan inexplicable...

-Cierto. Dime.

-Pues... me acosté con un jovencito, her­mano de una, amiga.

-Mal cuento. ¿No ves que comenzará a contarlo a medio mundo?

-Ya empezó. Y le dije por qué lo cuentas, soy casada. Qué piensas.

-Fue inevitable ¿no? Fue una ocasión ine­vitable.

-Pues... no -dice. Han sido, primero, tres veces seguidas, tres días, y luego otras, porque ya estaba allí, ya se hizo esa relación, y me sien­to sola y pues... lo llamo y nos acostamos. Por­que la primera vez me invitó un café y no había lugar y dijo vamos a mi casa, y en su casa no ha­bía nadie y yo me senté en una mesa alta, con las piernas medio abiertas, colgando ¡y no me dejes hablar tanto! Opina, ¿no que eres tan listo? ¿Cómo vas a explicarme si estás callado?

-¿Por qué te sentaste en una mesa alta?

-Para excitarlo. ¿Nunca has visto a una muchacha...?

-Sí. Sigue.

-Y allí me pescó y ya de ahí vino lo de­más. Pero no quiero, créeme, es un niño, tiene diecinueve años y yo tengo treintaiséis. Y ayer no le hablé y fui a una cena, y otro niño, de vein­te, me buscó las piernas por debajo de la mesa y yo no me quité, lo dejé hacer, y me reía, me di­virtió. Pero no me gusta nada y no puedo pensar en otra cosa. ¿Y por qué tengo que venir a con­tarte todo esto?

-Porque quieres.

-Sí ¿verdad? ¿Sabes que me excita muchí­simo contarte?

-Tal vez deberías contárselo a un psicoa­nalista.

-No, ya me dijeron que eso no sirve de nada.

-Quién te dijo. ¿Un médico?

-No. Un amigo.


-¿Qué hace él?

-Vende coches.

-Ah.

-Pero es, mira, puro cerebro. ¿Gana? ¡No te imaginas el dineral que gana!

El fue el que me dijo “eso no sirve para nada”.

-Ah.

-De modo que no.

-Ah.

-No empieces con eso. Parece que te estás burlando de mí. Y yo quiero seguirte contando, a eso vine, no sé por qué. ¿Será que puedes ser como mi padre?

-¿Será? Y qué pasó con la obra de teatro. Te entusiasmaba lo de ser actriz.
-Aaah eso... Hemos dejado de vernos como dos meses ¿no? Fueron los dos viajes, lo de la obra de teatro y antes lo de Venezuela, que sentí que por estar tan lejos no... no sé qué, y después el viaje a Cuba, que el viaje a Cuba fue el colmo, el destrampe, fueron cinco días y tres hombres diferentes y me enamoré del segundo porque me adoró, y creyó seguro que luego me acosté con el negro, pero no porque el negro se puso a llorar y se quedó dormido, primero grita­ba en la calle “¡Me voy con mi reina, mi reina, mi reina!”, así como hablan ellos, medio estropea­do, y cuando llegamos decía: “¡No lo creo, que no, que no lo creo!”, y se puso a llorar y se quedó dormido, pero seguro Ñolo sí creyó que me acos­té y ya no me buscó y me fui a Varadero y yo sí quería por la noche y el calor y los mojitos y sí me fui con Ramón, en la playa, pero ya estaba yo enamorada de Ñolo y ya Ñolo no quiso volver a verme aunque le mandé recados desde todas partes. En Venezuela fue un señor maduro y un joven de piel así como de aceite. Ya casi lo había olvidado, sino porque ahora me preguntas. Y en estos días, éstos que estoy viviendo, parece que todo es que todo ha sido pretexto para entregar­me a hombres y a hombres, ya no sé cuántos, porque sí, para nada.

-Cómo andas. ¿Sentimientos de culpa?

-¿Culpa? ¡Para nada! Sólo que no sé, yo sé que nada bueno puede salir de esto. O ¿tú crees que sí? Digo, la experiencia de la vida ¿no? Porque además... soy casada... y no quiero que me toque mi marido... o bueno sí, pero que me tiente y me mime, nada más, que no me penetre, y me siento sola y voy encontrando hombres con quien echar­me. ¿Qué me pasa? ¿Por qué te cuento estas... digamos estas cosas que me avergüenzan?

-¿Te avergüenzan?

-Bueno, si estoy yo sola... no; pero si pienso “ya las sabe Ricardo y las sabe Melcha”...

-Quién es Melcha.

-Una amiga muy querida que tengo, la po­brecita es jorobada, pero ¡tan inteligente y me oye tanto! Bueno pero pues así sí medio me aver­güenzan y pienso ¿por qué se las cuento?

-Tal vez así las vives plenamente, así si suceden de veras.

-Cómo, no te entiendo.

-Te gusta contarlas, no te preocupes, sigue.

-Te pones idiota cuanto te haces el miste­rioso, me chocas. Bueno, yo vivía, porque detes­to a mi madre, aunque más bien mi madre me detesta a mí, vivía sintiéndome horrible y asque­rosa, a pesar de estar casada. ¿Cómo iba un hom­bre a mirarme siquiera? Entonces fui a Oaxaca, con un grupo. No sé qué me pasó. Me llevó a un hotel un chavo. Yo dije: ¿y ora? ¿Qué está pasan­do? ¡Sí les gusto a los hombres! Y luego ese chavo me presentó a otro chavo. Luego vine y pusimos lo del crimen, de Usigli, y me asedió el director y yo no lo creía y dije bueno vamos a hacerlo, a ver si me hago actriz. Y ahora me parece un po­bre diablo que no sé cómo fui, en fin. Y fuimos a Querétaro, con la obra. Creo que yo sólo fui a fornicar con éste y con aquél. Y aquí en México en una noche fui a tres fiestas, me movía quién sabe qué, ¡vámonos de aquí a otra parte! Y en cada fiesta un muchacho me declaró su desespera­ción amorosa, después de bailar, claro, porque bailando yo procuraba ya te imaginas, y me sen­tía cada vez con más y más vitalidad, sólo al día siguiente me llegó el colapso, ¡una cara!, parecía enferma de algo grave. Pero terminó lo del cri­men, la obra ésa que nunca recuerdo cómo se llama, porque casi nadie iba a vernos. Hubo des­pedida y luego Graciela y yo nos fuimos a una discoteca. Manaditas de niños de veinte años. Y uno se prendó de mi amiga y luego de mí, y yo pensé ¿perder ante esta puta? Na nai, me lo que­do. Y salimos. Yo quería que me llevara a mi co­che. Se puso como loco. Es un psicópata. Estaba drogado hasta las chanclas. Iba a ciento cuarenta kilómetros por hora, allá por Las Lomas ¿tú crees? De repente se detuvo y yo le dije: “Mi vi­da, no quieres matarnos a ti y a mí ...”. Y él dijo: “Apenas empecé a correr”, o algo así y ya no tu­ve fuerzas para seguir luchando. Me aflojé. Me abandoné. Allí en el coche empezó. Y parecía ina­gotable. Era la droga. Fuimos a un hotel. Me des­trozó. Es homosexual y tiene vicios así como muy sórdidos. Y ahí me tienes ¡sólo de acordar­me! Tengo miedo. Afortunadamente no me llevó a mi casa y le di un teléfono falso. Pero él me dio el suyo y tengo miedo. Ya en otras ocasiones me he sorprendido marcando un teléfono que me di­go de pronto pero por qué, si no quiero, no quie­ro. Ojalá no. Un chavo malo, pero malo de verdad, no vivirá mucho. Y ahora en Cuba. ¡Es maravillosa Cuba! Esa gente sencillísima, que se te deja venir abierta de corazón y sin que lo pienses ya estás como en el paraíso en esos hoteles tan modestos, tan malolientes, pero son maravillosos. ¡Con el Ñolo fue algo! Hasta las doce del día siguiente y sin parar. Lo malo es que creyó que el negro. Me ha quedado un serio disgusto de mí misma. Y mi marido se llevó el vibrador que me provoca­ba orgasmos tan veloces. No sé. De veras que no sé cómo usar las facultades que tengo. ¿Quieres decir algo, en vez de estar hecho un tonto, sin una palabra?

Ríe. Dientes blancos en punta. Hoyuelos a los lados de la boca. Greña negra, apretada, ri­zadísima. Abre y cierra los muslos, sonriendo los abre y los cierra.

-Acércate -dice.
-No -le digo.

Con repentina seriedad intelectual me clava la estrellada mirada. Advierto que sus pes­tañas se juntan en pequeñísimos haces separa­dos unos de otros por varias micras, y son inten­samente negras. Me dice, muy despacio:

-¿Hay algo en mí que te haga perderme estimación, o sea que te aleje de mí?



Asi termina este pequeño fragmento amigos mios, SUMAMENTE ATERRADOR ¿no lo creen? todos hemos conocido a una mujer asi de igual forma con la Vela Perpetua de Jorge Ibarguengoitia, muchos conocimos a una mujer con la cual sonaba incesantemente esa estridente alarma interna para que nos alejaramos y el final de "Leticia" es asombroso, es definitivamente 35 MUJERES un libro que estoy disfrutando ampliamente por la enorme diversidad del mundo femenino plasmado ahi, lo recomiendo y espero tengan la oportunidad de pasar muchos ratos muy buenos en compañia de las mujeres de Ricardo Garibay.


Pd: Feliz Año nuevo a todos, este es el penultimo post de esta temporada y solo debo agregar que baje el comic "GOKU CONTRA SUPERMAN" tiene unos dibujos muy chingones la neta pero siendo total y absolutamente sinceros es una verdadera marranada, Superman con pedos le gana a Lex Luthor, mamadas que reviente a Goku.

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